miércoles, 31 de diciembre de 2008

Txorlí

Cabeza de chorlito, le decían en el colegio, a pesar de que sus compañeros no sabían muy bien qué significaba esa expresión, solo la habían escuchado quizás en algún programa de dibujos animados. Lo que sí conocían era la costumbre de denominar así a las personas demasiado distraídas y que a veces podían pasar por tontas por su falta de concentración. Él tampoco sabía qué significaba, hasta que una vez se le ocurrió investigar y supo que el término “chorlito” venía del vascuense txorlí, que significa pájaro.
Se pasaba el tiempo viviendo incómodas situaciones: ya olvidaba la tarea, ya lo mandaban a comprar algo y llegaba con otra cosa, ya se dormía en cualquier lugar. Para el resto de la gente era muy divertido ver a un niño que siempre vivía más allá de las nubes, pero a él no le causaba risa, quería concentrarse en las cosas que tenía que hacer y no pasar vergüenza siendo objeto de burlas, quería mantenerse despierto a las materias de la clase, a sus estudios y a lo que le mandaba su madre.
Hasta que un día, cansado de todo eso, decidió estar atento y despierto siempre. Quería conseguir la máxima concentración que nadie hubiese logrado y ver qué pasaba en el intento. Siempre quiso saber qué pasaría si se mantenía despierto cuando llegara el sueño y qué mejor que ahora para alcanzarlo.
Comenzó por quedarse en vela hasta tarde, viendo televisión, leyendo o escuchando música. Al principio era peor, ya que lo poco que se concentraba antes, ahora era igual que nada; pero pronto, con extrañeza notó que una mañana de aquellas no amaneció con sueño, se sentía mejor que nunca; así que al otro día alargó el tiempo de vigilia y continuó de esa manera, sucesivamente. Cada día se dormía más tarde, hasta que ya no pegó los ojos en toda la noche. Un día, su madre se percató que algo extraño sucedía al ver que luz de su habitación ya estaba encendida cuando ella se levantaba. Entonces lo encaró y le preguntó que sucedía, pero él no dijo nada. En realidad, no le dio muchas vueltas al asunto, porque estaba contenta que su hijo ahora si se concentraba en sus estudios.
Así que él siguió con su rutina. Se mantenía despierto, día y noche.
Hasta que, de tanto forzar su cuerpo, comenzaron a llegar noches en que el sueño quería tomar su lugar en el cuerpo del obsesivo niño.
Una noche como esas, al llegar la hora nocturna se puso el pijama y se recostó en su cama. En un comienzo se empezó a cansar, amenazando el sueño con vencerlo, pero el hacía un esfuerzo y volvía a tratar de concentrarse. Pasaron las horas y cuando empezó a pensar que perdía la esperanza de lograrlo, y dudaba que alguna vez realmente fuera el niño despierto que deseaba, de pronto sintió unas pulsaciones en la punta de los dedos de su mano izquierda. Al principio pensó que era porque estaba en una mala posición y se acomodó de otra manera. Sin embargo, la sensación la sentía ahora en su mano derecha. Comenzaba a ser un poco molesto, ahora las manos enteras las empezaba a sentir así. Cuando sus pies se empezaron a sentir igual ya fue demasiado.
Encendió la luz y se miró las manos. Con sorpresa se dio cuenta que comenzaban a aparecerle pequeños granitos en la punta de sus dedos, que desaparecían apenas surgían, pero el fenómeno ocupaba cada vez más espacio en sus manos. Se descubrió los pies y vio asombrado que les sucedía lo mismo. Pensó llamar a su madre, pero no lo hizo creyendo que lo iba a regañar por quedarse despierto hasta tan tarde.
Entonces, esos granitos increíblemente iniciaron un proceso en que se separaban de su cuerpo y volvían a entrar en él; hasta que después de un rato ya no volvían y se evaporaban. Asustado vio que sus extremidades se empezaron a desintegrar en pequeños puntos y esa especie de cáncer orgánico-pixelar aumentaba hacia su cuerpo. Se sentía desesperado, pero ya no le salía la voz como para pedir ayuda.
Al ir cambiando su cuerpo, miró hacia los lados y vio como su pieza desaparecía, todo lo que le rodeaba se volvía borroso y empezaba a teñirse de color blanco, como envolviéndose entre misteriosas nubes. Volvió a mirarse él mismo, pero donde antes estaba su integridad corporal, solo flotaban y se disolvían pequeños puntitos. Hasta que desapareció totalmente y cual volátil pájaro de aliento comenzó a elevarse.
Extrañamente el temor desapareció, solo lo invadía una sensación de libertad.
Miró hacia abajo, justo donde antes había estado su cama, y pudo apreciar a un hombre que entre luces rojas corría desesperado hacia una extraña masa intestinal, rodeada de cables y sumergida en líquido. Siempre se había preguntado por qué el cerebro es tan parecido a los intestinos.
En ese instante, Txorlí supo que había despertado.

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